martes, 20 de marzo de 2012

Colegio de bachilleres plantel #4
"Culhuacan"

Literatura II

- NEOCLASICISMO -

Autores del blog;
- Valeria Lucero.
- Jennifer Cristobal
- Erick Aguilar.

Gpo; 415 


Musica NEOCLASICA.




Poemas del Neoclasicismo

Alegría



"No poseo nombre:
pero nací hace dos días."
¿Cómo te llamaré?
"Soy feliz.
Me llamo alegría."
¡Que el dulce júbilo sea contigo!



¡Bonita alegría!
Dulce alegría, de apenas dos días,
te llamo dulce alegría:
así tú sonríes,
mientras yo canto.
¡Que el dulce júbilo sea contigo!



Versión de Antonio Restrepo



_____________________________________________________________

El pastor



¡Qué dulce es la dulce fortuna del Pastor!
Deambula desde el alba hasta el atardecer;
debe seguir a su rebaño el día entero,
y su lengua se embeberá con alabanzas.



Pues oye el inocente llamado del borrego,
y escucha la tierna respuesta de l a oveja;
vigila mientras permanecen en calma
pues saben cuándo está próximo su Pastor.



Versión de Antonio Restrepo



_____________________________________________________________ 

La rosa enferma



estás enferma, ¡oh rosa!
El gusano invisible,
que vuela, por la noche,
en el aullar del viento,



tu lecho descubrió
de alegría escarlata,
y su amor sombrío y secreto
consume tu vida.



Versión de Màrie Montand 


IMAGENES ' DE LA ARQUITECTURA



IMAGENES' DE LITERATURA



IMAGENES' DE PINTURA



IMAGENES' DE ESCULTURA


 
LA TUMBA Y LA ROSA
de Victor Hugo

La tumba dijo a la rosa:
-¿Dime qué haces, flor preciosa,
lo que llora el alba en ti?

La rosa dijo a la tumba:
-de cuanto en ti se derrumba,
sima horrenda, ¿qué haces, di?

Y la rosa: -¡Tumba oscura
de cada lágrima pura
yo un perfume hago veloz.

Y la tumba: -¡Rosa ciega!
De cada alma que me llega
yo hago un ángel para Dios.


Juan Meléndez Valdés  

A las musas. 

Perdón, amables Musas; 
ya rendido
Vuelvo a implorar vuestro favor: el fuego
Gratas me dad con que cantaba un día,
Mis ansias de amor ciego,
O de la ninfa mía
Las dulces burlas, el desdén fingido,
Y aquel huir para rendirse luego.
El entusiasmo ardiente
Dadme, en que ya pintaba
La florida beldad del fresco prado,
La calma ya en que, el ánimo embargaba
El escuadrón fulgente,
Que en la noche serena
El ancho cielo de diamantes llena;
Deslizándose en tanto fugitivas
Las horas, y la cándida mañana
Sembrando el paso de arrebol y grana
A Febo luminoso.
¡Ah Musas! ¡qué gozoso
Las canciones festivas
De las aves siguiera,
Saludando su luz el labio mío!
Hora mirando el plateado río
Sesgar ondisonante en la ladera,
Hora en la siesta ardiente,
Baxo la sombra hojosa
De algún árbol copado,
Al raudal puro de risueña fuente,
Gozando en paz el soplo regalado
Del manso viento en las volubles ramas.
Ni allí loca ambición en peligrosos
Falaces sueños embriagó el deseo,
Ni sus voraces llamas
Sopló en el corazón el odio insano;
O en medio de desvelos congojosos
Insomne se azoró la vil codicia,
Cubriendo su oro con la yerta mano.
Miró el más alto empleo
El alma sin envidia; los umbrales
Del magnate ignoró, y a la malicia
Jamás expuso su veraz franqueza.
De rústicos zagales
La inocente llaneza
Y sus sencillos juegos y alegría,
De cuidados exento
Venturoso gozé, y el alma mía
Entró a la parte en su hermanal contento,
La hermosa juventud me sonreía,
Y de fugaces flores
Ornaba entonces mis tranquilas sienes,
Mientras el ardiente Baco me brindaba
Con sus dulces favores;
Y de natura al maternal acento
El corazón sensible,
En calma bonancible,
Y en común gozo y en comunes bienes
De eterna bienandanza me saciaba.
¡Días alegres, de esperanza henchidos
De ventura inmortal! ¡amables juegos
De la niñez! ¡memoria,
Grata memoria de los dulces fuegos
De amor! ¿dónde sois idos?
¿Decidme, Musas, quién ajó su gloria?
Huyó niñez con ignorado vuelo,
Y en el abismo hundió de lo pasado
El risueño placer. ¡Desventurado!
En ruego inútil importuno al cielo,
Y que torne le imploro
La amable inexperiencia, la alegría,
El ingenuo candor, la paz dichosa.
Que ornaron ¡ay! mi primavera hermosa;
Mas nada alcanzo con mi amargo lloro.
La edad, la triste edad del alma mía
Lanzó tan hechicera
Magia, y a mil cuidados
Me condenó por siempre en faz severa.
Crudo decreto de malignos hados
Dióme de Témis la inflexible vara;
Y que mi blando pecho
Los yerros castigara
Del delinqüente, pero hermano mío,
Astrea me ordenó: mi alegre frente
De torvo ceño obscureció inclemente,
Y de lúgubres ropas me vistiera
Yo mudo, mas deshecho
En llanto triste, su decreto impío
Obedecí temblando;
Y subí al solio, y de la acerba diosa
Las leyes pronuncié con voz medrosa.
¡O! ¡quien entonces el poder tuviera,
Musas, de resistir! ¡quién me volviese
Mi obscura medianía,
El deleyte el reír, el ocio blando,
Que imprudente perdí! ¡quien convirtiese
Mi toga en un pellico, la armonía
Tornando a mi rabel, con que sonaba
En las vegas de OTEA(1)
De mis floridos años los ardores,
Y de Arcadio la voz le acompañaba
Baylando en torno alegres los pastores!
El que insano desea
El encumbrado puesto,
Goze en buen hora su esplendor funesto.
Yo viva humilde, obscuro,
De envidia vil, de adulación seguro,
Entre el pellico y el honroso arado.
Y de fáciles bienes abastado,
En salud firme el cuerpo, sana el alma
De pasiones fatales,
Entre otros mis iguales,
En recíproco amor entre oficiosos
Consuelos feliz muera
En venturosa calma,
Mi honrada probidad dexando al suelo,
Sin que otro nombre en rótulos pomposos
Mi losa al tiempo guarde lisonjera.
Pero ¡ay Musas! que el cielo
Por siempre me cerró la florecida
Senda del bien, y a la cadena dura
De insoportable obligación atando
Mi congojada vida,
Alguna vez llorando
Puedo solo engañar mi desventura
Con vuestra voz y mágicos encantos,
Alguna vez en el silencio amigo
De la noche callada
Puedo en sentidos cantos
Adormir mi dolor, y al crudo cielo
Hago de ellos testigo,
Y en las memorias de mis dichas velo.
Musas, alguna vez; pues luego ayrada
Témis me increpa, y de pavor temblando
Callo, y su imperio irresistible sigo,
Su augusto trono en lágrimas bañando.
Musas, amables Musas, de mis penas
Benignas os doled: vuestra armonía
Temple el son de las bárbaras cadenas,
Que arrastro miserable noche y día.




viernes, 16 de marzo de 2012


Orígenes


Con el deseo de recuperar las huellas del pasado se pusieron en marcha expediciones para conocer las obras antiguas en sus lugares de origen. La que en 1749 emprendió desde Francia el arquitecto Jacques-Germain Soufflot, dio lugar a la publicación en 1754 de las Observations sur les antiquités de la ville d'Herculaneum, una referencia imprescindible para la formación de los artistas neoclásicos franceses. En Inglaterra la Society of Dilettanti (Sociedad de Amateurs) subvencionó campañas arqueológicas para conocer las ruinas griegas y romanas. De estas expediciones nacieron libros como: Le Antichitá di Ercolano (1757-1792) elaborada publicación financiada por el Rey de Nápoles (luego Carlos III de España), que sirvieron de fuente de inspiración para los artistas de esta época, a pesar de su escasa divulgación.
También hay que valorar el papel que desempeñó Roma como lugar de cita para viajeros y artistas de toda Europa e incluso de América. En la ciudad se visitaban las ruinas, se intercambiaban ideas y cada uno iba adquiriendo un bagaje cultural que llevaría de vuelta a su tierra de origen. Allí surgió en 1690 la llamada Academia de la Arcadia o Arcades de Roma, que con sus numerosas sucursales o coloniae por toda Italia y su apuesta por el equilibrio de los modelos clásicos y la claridad y la sencillez impulsó la estética neoclásica.
La villa romana se convirtió en un centro de peregrinaje donde viajeros, críticos, artistas y eruditos acudían con la intención de ilustrarse en su arquitectura clásica. Entre ellos estaba el prusiano Joachim Winckelmann (1717-1768), un entusiasta admirador de la cultura griega y un detractor del rococó francés; su obra Historia del Arte en la Antigüedad (1764) es una sistematización de los conocimientos artísticos desde la antigüedad a los romanos.
En Roma también trabajaba Giovanni Battista Piranesi (1720-1778); en sus grabados, como Antichitá romana (1756) o Las cárceles inventadas (1745-1760), y transmite una visión diferente de las ruinas con imágenes en las que las proporciones desusadas y los contrastes de luces y sombras buscan impresionar al espectador.
El trabajo está cargado de simbolismo: la figura en el centro representa la verdad rodeada por una luz brillante (el símbolo central de la iluminación). Dos otras figuras a la derecha, la razón y la filosofía, están rasgando el velo que cubre verdad.
La Ilustración representaba el deseo de los filósofos de la época de Razón (filosofía) por racionalizar todos los aspectos de la vida y del saber humanos. Vino a sustituir el papel de la religión (como organizadora de la existencia del hombre) por una ética laica que ordenará desde entonces las relaciones humanas y llevará a un concepto científico de la verdad